viernes, 14 de agosto de 2020

EN BUSCA DE MI DESTINO. CAP 2

La maldición del hereje

Tenía mis manos y mi espada manchadas de sangre de los sabios, aturdida por la atrocidad que acababa de cometer vi la cara de espanto de Leona, que miró incrédula toda la escena que acababa de pasar, llorando se acercó a los ancianos y cogió a uno entre sus brazos, estaba suspirando su último aliento.

-¡¡Asesina!! - me gritó con furia

Retrocedí confusa y respirando agitadamente.

- No me dieron opción - me defendí - iban a matarme, yo... no quería que esto pasara... yo... - pero entonces oí los gritos de los guardias que venían desde todas las partes de la ciudad a por ella

Salí del santuario corriendo y crucé las calles entre lágrimas, tenía que huir al bosque, volver al templo y buscar a aquel hombre, buscar a mi gente, a los Lunari.

Me interné en el frondoso bosque de nuevo, ahora a plena luz del día era más fácil orientarse y esquivar los obstáculos, escalé unas rocas para tener una vista panorámica del lugar. Vi como el bosque rodeaba toda la montaña y cuanto más alzaba la vista más blanca se veía la cumbre por el manto de nieve y hielo que la cubría, la arboleda también revestía los montes cercanos y más abajo se hallaba la ciudad de los Solari y un pequeño lago, las personas apenas eran puntitos distinguibles desde aquella distancia. Más allá de la ciudad solo había yermo, un páramo rocoso, áspero y árido que se extendía más allá de donde alcanzaba la vista.

Me quedé allí sentada a la sombra de una roca durante largos minutos, reflexionando sobre lo que había hecho y que camino tomar a partir de ahora. Miré mis manos, me temblaban levemente, retiré la sangre seca que aun tenían. Cerré los ojos y dejé caer unas lágrimas, pensando en lo que iba a dejar atrás y en Leona, a quien seguramente no podría volver a ver.

Finalmente bajé del peñasco, apenas había comido algo decente desde la noche anterior y menos desde que llegó al templo y la apresaron. No era buena cazadora, pero debería mejorar sus habilidades si quería sobrevivir ahora por su cuenta y no morir de inanición. Tallé con la afilada hoja de mi espada unas cuantas lanzas con ramas secas que arranqué de un árbol muerto, definitivamente no era buena con el arco y tampoco tenía materiales adecuados para fabricarlo, pero con las lanzas me defendía y tenía buenos brazos para lanzarlas con potencia. Allí abundaban los conejos, pero solo en los meses más cálidos, aún tardarían un par de semanas en derretirse las primeras nieves. Lo tenía complicado para cazarlos, además no eran presas fáciles, eran rápidos, pequeños y escurridizos. Tan solo vio un par durante todo el camino y erró demasiadas veces para intentar cazarlos, tan solo consiguió herir a uno, y aun así consiguió escapar entre unos matorrales.

- ¿Era mucho pedir conseguir un conejito para la cena? - grité frustrada al bosque - ¿es que en este maldito bosque no hay ni un ciervo ni jabalí? - obviamente sí, pero era demasiado ruidosa para que se acercaran, además no estaba tan segura de que no se me escaparan también; y si eso fuera poco hacía frío y la nieve entorpecía su paso.

Al final exhausta abandoné la cacería y las ilusiones de llevarme algo a la boca, recogí mis armas y seguí subiendo la ladera hacía el lago donde había hallado el templo la noche anterior. Pasaban las horas, relamí mis labios sedienta, pensé en beber agua de la nieve, pero estaba manchada de barro y con ramas, descarté la idea<<No tengo ni comida ni agua, debo llegar al lago>>, al caer la tarde mis pasos eran cada vez más pesados a causa del agotamiento, pero por fin vislumbré el lago que brillaba con el sol que caía como si se fundieran en uno. Como si un soplo me reavivara corrí hacia el agua para beber agua casi como si hubiera encontrado oro, limpié mi cara de polvo, sudor y sangre con el agua fresca. Miré mi reflejo en el agua, decidida me despojé de mi armadura y ropas y entré en el lago.


Abandoné mi cuerpo dejando que mis músculos sanaran y dejé que mi mente vagara muy lejos de allí. Aunque el agua estaba helada me dolían más los músculos por el agotamiento que por el frío. No se cuanto tiempo pasó, mi estómago se volvió a quejar rugiendo de hambre, eso me hizo volver a la realidad, para cuando me quise dar cuenta era de noche y había un gran cielo estrellado sobre mi cabeza, miré en la orilla esperando ver las brillantes paredes del templo, pero allí no había nada. Como si lo que había ocurrido la noche anterior hubiera sido un sueño. De repente noté una vibración en el agua y un destello, entonces algo rozó la parte exterior de mi muslo, alarmada salí del agua, allí estaba desprotegida ante cualquier amenaza. Pero no había de que preocuparse, al volver la vista al agua pude ver que aquello que me había asustado eran unos peces plateados que nadaban despreocupados por la orilla, brillaban con la luz de la luna, y no solo ellos, todo el claro que rodeaba el lago brillaba. Miles de flores asomaban entre la nieve y orientaban sus pétalos hacía la Luna como si la llamaran, << ¿Cómo no me di cuenta de esta maravilla anoche?>>.


Entonces vi las lanzas y se me ocurrió una idea. Con algo de esfuerzo moví varias grandes rocas hacia la orilla del lago, haciendo un cerco con una pequeña entrada, era como una pequeña piscina. Escarbé en la tierra y encontré varios insectos y lombrices que tiré al agua, pocos minutos después los peces que rondaban entraron en la piscina buscando los insectos, entonces aproveché para atacarlos, como la salida era estrecha y se movían nerviosos en aquellas aguas poco profundas fue más fácil de capturarlos. Había pescado más de diez, no me hizo falta gastar más energía.

Tuve que comer el pescado crudo, aunque era mejor que nada, no supe encender un fuego, tan solo unas chispas con las que calentar mis manos, sin embargo no me sentía tan inútil como por la mañana después del logro de pescar. Después de cenar me levanté para explorar los alrededores lacustres, las flores eran blancas campanas que destilaban un aroma dulce, pero no cogí ninguna para observarla más detenidamente, no se porque tenía la corazonada de que eran venenosas. Encontré también varias zarzas cargadas de suculentos frutos rojos; grosellas, frambuesas y arándanos que fui recolectando, acumulándolos en mi camisa la cual estaba usando de improvisada bolsa. Llegué allí donde debían de estar las ruinas del templo, <<como es posible que no haya nada, si quiera parece que en algún momento haya habido aquí una construcción>>, toqué la tierra desconcertada intentando comprender. Desistí de buscar algo inexistente y volví a mi espontáneo campamento de la orilla del lago, de vuelta encontré una faltriquera en el suelo, escondida entre las flores y la nieve, manchada de barro, << quizás la perdí anoche... ¿o será de alguien?>> en cualquier caso agradecí ese regalo y metí las bayas dentro. Cuando llegué al campamento me eché hecha un ovillo sobre la hierba mojada y la arena de la playa, lejos de la nieve y cerré los ojos buscando el consuelo del sueño.

Desperté entre sudores fríos a la mañana siguiente, sueños de ciudades ardiendo en la noche, de Lunaris huyendo, de Solaris persiguiéndola y de retrógrados sacerdotes acusándola, todos se le habían presentado esa noche sin descanso, <<Estoy maldita como el resto de Lunaris, condenada a vagar por el mundo siempre perseguida, siempre sin descanso duradero>>. Cuando me levanté el sol brillaba molestamente y me cegaba, toda la nieve del claro resplandecía, helada de frío comí unas cuantas bayas y probé de nuevo a encender el fuego pues si no lo conseguía moriría congelada antes de que llegara la primavera, esta vez, por suerte tuve más éxito. Busqué rápidamente unas ramas secas y palitos para no dejar que se extinguiera.

Pasaron los días, tenía la esperanza de que el templo volviera a aparecer, que ese tal Aphelios se presentaría ante ella de nuevo. No dejó de pensar ni un día en su advertencia sobre los Solari, pero sabía que Leona era diferente, había visto la duda y el miedo cuando le llevé el libro, si ella podía cambiar su parecer el resto también. Los Lunari y Solari no tenían porque ser enemigos, quizá esa fuera mi misión, quizá debiera intentar unir los dos pueblos. Este sería mi nuevo propósito <<¿pero dónde busco a mi pueblo, seguro que aún hay Lunaris escondidos?¿por dónde empiezo?>>. Solía volver a aquel vacío donde debían estar la ruinas buscando una entrada, algo que lo hiciera aparecer. Después de unas semanas la nieve empezó a derretirse y la capa de hielo del lago había desaparecido del todo. Todas las noches volví a aquel hueco buscando el templo y un día cuando apenas quedaba nieve encontré mi capa raída, allí donde la había tirado al ponerme la armadura << Definitivamente estuve aquí, ¿Dónde se ha ido el templo?¿cómo ha desaparecido?>>. Miré la capa y giré la cabeza hacía mi campamento donde brillaba la fogata << aún hace frío, al menos me servirá para arroparme un poco más, ojalá la hubiera encontrado cuando llegué... >>.

Con la llegada del buen tiempo mejoré mis habilidades de caza, ya conseguía capturar perdices y conejos con la lanza y me fabriqué un arco corto y flechas, aunque era un poco precario me hacía el apaño. Pero seguía sin servirme para cazar presas más grandes. Solía hacer incursiones para buscar cuevas cercanas o casas donde pudieran esconderse los Lunari, pero nunca tuve éxito, ni rescoldos de una hoguera, ni pisadas, ni nada, tan solo la naturaleza salvaje del monte Targon.


Finalmente decidí dejar la seguridad del lago, aquella mañana me desperté al alba, me aseé por última vez en las cristalinas y frías aguas. Me fabriqué dos pequeñas cantimploras, tenía varios días curtiéndose al sol el pellejo de un par de conejos, no podrían contener demasiado líquido, pero quizás sería suficiente hasta que encontrara un arroyo donde rellenarlas. También recolecté bayas y pesqué unos peces para el camino. Con todo listo cogí el resto de mis pertrechos, me coloqué la vieja capa y comencé a andar ladera abajo, hacia el norte.

Después de horas de viaje ya había consumido parte de la ración de pescado y casi agotado el agua que llevaba, pero no me detuve más de lo necesario. aunque había repuesto fuerzas por la noche, el bosque era abrupto y entorpecía mis pasos, eso sumado al peso extra de los víveres y las armas que cargaba a la espalda hacían que se cansara antes. Caminaba pegada a un risco bastante alto, era una forma de no perderse y seguir en una dirección clara. Cuando se acabó aquella pared de piedra se sorprendió al ver una pequeña cascada y un arroyo que se cruzaba en su camino, <<¡Genial!>>. Después de refrescarme y beber agua, rellené mis cantimploras. La orilla del riachuelo estaba llena de plantas de zarzamora, con entusiasmo cruce el agua de un salto para conseguir los jugosos frutos, usé mi espada como un machete para abrirme paso entre los matorrales, guardé un buen montón en la faltriquera para más tarde.

Descansé a la sombra de los árboles un rato, pegué una cabezada pero desperté sobresaltada cuando una gota fría cayó sobre mi nariz. El cielo se había oscurecido de pronto y empezó a llover cada vez más, en el horizonte grandes nubarrones avecinaban una tormenta, <<Mierda, lo que me faltaba, como si fuera poco el peso ahora mi armadura y mi pelo esta mojado>>, me ajusté incómoda la armadura que me empezó a rozar allí donde estaba mojada, también me coloqué la capucha de la capa, aunque no sirvió de mucho porque no tardo en mojarse y empaparse como una esponja.

Busqué desesperada un refugio en el que cobijarme durante la tormenta, tuve que retroceder hacia la pared de piedra, había visto una covacha de camino y no era difícil escalar a ella, o no parecía. Tuve cuidado en subir, ahora estaba la roca mojada y resbalaba, cuando entré dentro de la cueva resultó ser más pequeña de lo que parecía, apenas podía sentarme y estirar las piernas, pero al menos era elevada por lo que no me daría cabezazos. Desgraciadamente en esas condiciones era imposible encender un fuego para secarme y calentarme, toda la leña del bosque estaba mojada. Dormí como pude acurrucada, muerta de frío, tiritando. La tormenta se fue tan rápido como vino,  de madrugada una hermosa vista de la aurora boreal rodeaba el cielo nocturno, salí del agujero para contemplarla. Seguía helada, por lo que volví a la cueva inmediatamente intentando mantener el calor corporal y conciliar de nuevo el sueño. No me dejaron de castañear los dientes hasta que salió el sol a la mañana siguiente.


A la mañana siguiente me lo tomé con calma, me quité la armadura, la capa, la camisa y los pantalones, quedándome solo en ropa interior y lo colgué todo sobre una rama para que secara. El arroyo ahora era algo más profundo y ancho, a causa de las lluvias, pero seguía cruzándose con facilidad, desayuné unas zarzamoras e intenté pescar alguno de los escurridizos pececillos que nadaban río abajo. Usando la misma técnica del lago funcionó. Cuando recolecté suficientes para comer en abundancia y dejar para el camino intenté encender un fuego para cocinarlos, me costó bastante, las ramas aún tenían humedad y costaba que prendiera la chispa sin embargo con empeño lo conseguí.

De nuevo retomé tranquilamente la marcha en busca de civilizaciones Lunari. Pasaron los días en mi viaje, pasé más noches a la intemperie que escondida en cavernas, alerta de los depredadores. Otros días no dejó de llover en ningún momento, otros no encontré apenas comida y pasé hambre... el peligro estaba a cada vuelta de esquina. Hasta que llegué a un claro, por lo general era más fácil cazar conejos o perdices en esas zonas llenas de hierba que entre los árboles. Allí había todo un campo de flores y hierba, me dieron ganas de tirarme y rodar, pero primero quería conseguir comida.

Había grandes flores extrañas pegadas al suelo, como si fueran capullos o semillas gigantes, accidentalmente pisé algunas porque estaba todo lleno. En cuanto lo hice un grito agónico surgió de la espesura del bosque y unas zarzas espinosas surgieron de la nada atrapando mis muñecas y tobillos. Dolorosamente consiguió zafarse de las enredaderas desgarrando su ropa y su carne. Sangrando comenzó a correr asustada antes de que nuevas zarzas la atraparan, sin embargo esta vez estallaron contra las semillas achaparradas y estas se convirtieron en flores de alto tallo y tubulares que me recordaban a las plantas carnívoras, una de ellas disparó en mi dirección, aunque esquivé ese esputo no pude impedir que me alcanzaran otros dardos venenosos de aquellas plantas. Me estaba agotando con rapidez por ello pero malherida conseguí escapar, aquel ser espinoso tampoco parecía muy interesado en perseguirme en cuanto desaparecí de su vista dejo de aullar. 



Una hora mas tarde cundo el sol estaba en su cénit el agotamiento, el calor y las heridas hicieron que me mareara y...me desmayé.

Me desperté en un cuarto oscuro y desconocido, estaba en una mullida cama, no sabia cuanto había estado inconsciente. Alguien entró en el cuarto.

- ¿Qué tal te encuentras? - me acercó un vaso de agua a la boca, yo me incorporé un poco para beber - me llamo Syndra, por cierto
- Graa...cias - balbuceé, me sentía confundida y aún dolorida, aquella mujer debió de notar mi desconcierto - Diana
- Te encontré cuando estaba de excursión con mi  novio... entre las raíces de un árbol derrumbada, no respondías, pensé que estabas muerta... te hemos traído a mi casa, esperaba que así te pusieras mejor...
- No se como agradecértelo, no llevo dinero ni nada de valor... - ella me sonrió y meneo la cabeza
- No hay nada que agradecer Diana
- No se que fue, en un claro de repente algo me atacó y se me enredaron unas zarzas, también aparecieron flores que escupían veneno... nunca he visto esa clase de criatura
- Esa es Zyra... la dama de las espinas, vive en el bosque, no le gusta que se acerquen a su territorio y menos aún que pisen sus semillas... - pensé en los bulbos que había pisado en el claro - has hecho bien en correr y salir de allí, si te hubieras intentando enfrentar a ella quizá no lo contarías... ¿Por qué estabas allí? no hay ninguna ciudad o pueblo en varios kilómetros de distancia, ¿te habías perdido? ¿huías de alguien?
- Mas o menos - desvié la mirada - prefiero no hablar de ello si no te importa... - ¿Dónde estoy exactamente? No había ninguna ciudad en los mapas que nos enseñan en el monte Targon
- ¿Vienes de tan lejos? En efecto, no hay ninguna aldea ni ciudad desde el monte hasta aquí... estamos...
- cogió un artilugio cuadrado, parecía de una tecnología que desconocía - aquí - me enseñó un mapa en el que se veía el monte Targon, además de otras islas y zonas de las que ignoraba su existencia, me maravilló esa tecnología, señaló un punto cerca de la costa sur
- ¿Qué tipo de artilugio es ese? Nunca vi nada parecido en mi pueblo - Syndra rio, yo no comprendía que le hacía tanta gracia pero me contagió su alegría y sonreí
- Bienvenida al mundo moderno - rio - estoy segura que nos haremos grandes amigas

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