El consejo de guerra
Nos desplazamos a la capital demaciana esa misma mañana poco después de levantarnos. Senna insistió en que un médico experimentado revisase la herida de Lucian antes de irnos rumbo a las Islas de la Sombra. Algunos del grupo esperarían directamente en las Aguasturbias hasta nuestra llegada y conseguirían un barco para poder ir a las Islas de la Sombra. Graves, insistió en ir a Demacia junto con Vayne, Senna, Lucian y conmigo. Atravesamos el patio del jardín interior del castillo, una empleado se sorprendió al vernos aparecer de la nada, sobre todo, porque las visitas al castillo se habían restringido bastante desde la llegada de la niebla negra. Mientras Senna se dirigía con Lucian hacia el hospital, nosotros tres debíamos encargarnos del resto de preparativos, debíamos aprovisionarnos para el viaje.
- Vayne - le llamé en voz baja, ella se acercó discretamente y me miró inquisitiva - voy a buscar a Tianna Crownguard, asegúrate de que nuestro nuevo "amigo" Graves no la lie por ahí, no estaría bien que alguien se quejara de que ha desaparecido algo... - miré a mi alrededor - aquí hay demasiadas cosas brillantes...y no me fio ni un pelo de él...
Vayne asintió y caminó más rápido hasta ponerse a la altura de aquel bandido charlatán para tenerlo vigilado, aunque a decir verdad, no había hablado demasiado desde que su compañero de fechorías lo había abandonado en los muelles a su suerte. Le observé detenidamente, los guardias le habían prohibido fumar dentro del castillo y estaba ansioso y de morros mascullando en voz baja palabrotas incompresibles mientras miraba la decoración y los cuadros de las estancias del castillo minuciosamente. Estaba segura de que Vayne le mantendría a raya.
Nos separamos, ello irían al comedor y las cocinas a por provisiones, yo iría a buscar al Alto Mariscal del rey, Tianna Crownguard. Los guardias me indicaron que su despacho estaba encima de los cuarteles. Toqué a la puerta.
- Adelante - entré, Tianna estaba apoyada sobre su mesa con un gran plano desplegado en ella, varios hombres uniformados estaban con ella.
Entre aquellos que la acompañaban destacaba uno en particular, el más grande de ellos, no solo por su complexión atlética y su altura, sino por su juventud, a diferencia del resto que estaría rozando los cincuenta, el no debía llegar a los treinta años. Su armadura plateada le hacía parecer aún más grande y cargaba con una espada a su espalda casi tan grande como él, su mirada azul se cruzó con la mía, observé sus facciones, eran parecidas a las de Tianna. Supuse que debían de tener algún parentesco, ambos tenían el pelo de un rubio ceniza y una marcada mandíbula cuadrada, además de los mismos ojos azules, tan intensos como el mar.